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El Poeta
Jairo Serna Rosales es conocido como productor de cine. Lo que no sospechábamos era que guardara - de manera silenciosa - a un poeta de tan honda inspiración, de esos que uno agradece descubrir por su mundo personal, su visión, por sus revelaciones.
Quizá Serna no nos había dejado disfrutar de sus versos, por eso que dice su amigo Enrique Serrano: “el poeta es de naturaleza vergonzante”; queriéndonos decir con esto que el poeta siempre anda oculto entre todos, temiendo que alguien se de cuenta de su desnudez existencial, de su despojamiento, de su profunda manera de sentir el mundo.
Debo decir acá que agradezco el descubrimiento al prodigioso azar. Una tarde de martes en la que caminaba cabizbajo y melancólico por el histórico sector de La Candelaria en Bogotá me lo topé, raudo y feliz, yendo hacia una cita. Me pidió que lo acompañara: iba a mostrarle su libro a otro poeta, ahora camuflado de decano de universidad. Acepté la invitación, pidiéndole que me dejara leer su ópera prima literaria. Me comentó entonces que el libro había sido escrito entre los 19 y los 27 años, producto de una ruptura amorosa que cambió el rumbo de su destino, por ello el título: “Se fue”.
Camino a la cita me contó que el libro lo había enviado – cuando vivía en Barcelona - a la agente literaria Carmen Balcells, quien le respondió que había pasado los tres filtros que su agencia establece para el proceso de examen y selección de autores nuevos, dictaminando lo siguiente: “La impresión que se desprende de dicho examen es que se trata de un poemario con indicios de cierta calidad. De todos modos, dado que la poesía es un género de difícil publicación, preferimos declinar su amable ofrecimiento. No obstante, tendríamos mucho interés en que nos permitiera considerar alguna obra de narrativa, a ser posible inédita”.
Recibir esta carta del 15 de abril de 1996 coincidió con dos decisiones en la vida de Jairo. La primera, el desvío en su carrera de escritor (a partir de entonces Serna Rosales escondió al poeta) y su viaje de regreso a Colombia. A partir de entonces se dedicó al cine, arte que le ha ofrecido satisfacciones e incertidumbres como todo buen arte le ofrece a su artista.
Pero es del Jairo poeta que quiero hablarles ahora. De este poemario titulado “Se fue” que tuve el privilegio de leer por vez primera en compañía de su autor por las coloniales callejuelas de La Candelaria, esa tarde de martes 12 de septiembre y que he vuelto a releer varias veces a partir de entonces.
El Libro
“Se fue” es una obra en tres movimientos: “Bogotá”, “Astrid” y “Mientras vuelve”. El primero de ellos, cuyo nombre es el de la ciudad en la cual el autor vive desde los 11 años, comienza con un epígrafe de Álvaro de Campos (heterónimo de Fernando Pessoa): “Otra vez vuelvo a verte – Lisboa y Tajo y todo -, transeúnte inútil de ti y de mi, extranjero aquí como en todas partes”. De inmediato el poeta se sitúa – y nos sitúa - en una condición de no pertenencia, nos enfrenta a la atmósfera de ningún lugar, al vacío. Su primer poema justamente aborda esta condición, una especie de ars poetica:
Mi oficio es mirar al vacío
rendirme ante personas
que parecen claras,
que no se embriagan
con el sueño, que habitan
en el pequeño y callado
jardín de lo seguro.
La voz poética está claramente identificada, es una voz insegura, plagada de preguntas, sin pretensión de encontrar respuestas, pues prefiere lo incierto a lo seguro.
En casa olían igual
las rosas y el agua
la carne y la alcoba.
Ahora no puedo retornar.
El poeta se ha lanzado a la calle, “a buscar el olor de las esquinas”. Parece decirnos que todo viaje comienza al salir de casa. Y es un acto constante, repetitivo, una invitación a dejar el infierno de lo conocido por el paraíso que se nos abre ante lo desconocido. En ello radica la búsqueda del poeta, pero también su pérdida.
Mi oficio es mirar al vacío
dejar que el iris de mi alma
se derrame.
De allí en adelante Jairo nos enseñará su Bogotá personal. Una ciudad signada por las múltiples pérdidas: la de la infancia (“la nueva casa se robará / las ventanas de mi cuarto / nada podré hacer para evitarlo”), la de la inocencia (“no hay ilusiones esta tarde / como la de jugar fútbol / contra el colegio de enfrente”), la de la tranquilidad (“¿qué queda y qué desaparece / cuando algo nace?”), una ciudad que es como una nueva casa construida por seres desconocidos:
Pronto veremos
otra gran obra
donde no vivirán
sus constructores
- estos hombres
de piel áspera, sin habla.
Los que esquivamos
cuando son transeúntes.
los que esta noche
se meterán una cerveza
hasta el alma -.
Ciudad que, a pesar de todo, es también mapa para el encuentro amoroso, con “Flavia”:
Aunque no conozcas
las cosas de mi mundo,
elogio nuestro encuentro.
Al fin y al cabo somos
habitantes del infierno.
La Bogotá de Serna es una ciudad de infinitos rostros, “al igual que esta época”. El poeta se siente un aventurero en la urbe, como lo enuncia en “Amigo Fausto”:
Sabes distinguir
lo permanente y lo fugaz.
Manejas un ajedrez de avispas
y se te nota algo de ternura.
Aunque te odien y te envidien
tus travesuras me hacen sentir
el poder de los extremos.
Para el autor, Bogotá es la ciudad de los poetas. Poetas que huyen como “Juan Arturo” quien
Aplazó la fama
para después de la muerte
…
Después de ahogar las palabras
se fue para la selva
Poetas marginales como Raúl Gómez Jattin, con quien el autor conversa:
habitas una orilla indescifrable
rompes el viento
rompes edificios.
Los conviertes en nubes
y esperas. Esperas que otro lea
el alma de la lluvia
Poetas jóvenes que se desploman mientras
la elegante muchedumbre
comenta el libro de un pájaro
que incendia rosas
Habla de su último suspiro.
Ciudad de poetas inéditos como Fernando quien se emociona
cuando inmortaliza
con su voz de trueno
palabras de alguien
que ya no existe.
Fernando, quien nos recuerda a su homónimo Pessoa cuando Jairo nos dice que no sufre
porque su obra
no le importe a nadie.
Aparece entonces el “Loco Agudelo” quien
Siempre tiene tiempo.
Para él la vida
sigue siendo un juego
…
no se asombra
por no haberle trabajado a nadie
repara su viejo taxi
pasea por la historia
acaricia el cielo.
La ciudad capital que le da oportunidades a todo el que llega, es la misma ciudad del joven sicario, quien sale de su casa en los tugurios:
a descubrir quién es su padre
a envidiar oficios que la suerte
no colocó en su camino
Con este verso triple Serna nos pone ante al problema de la violencia juvenil: el sicario siempre está al acecho de la esperanza, porque
sabe que nadie camina dos veces
por la misma calle
El joven asesino recorre la misma urbe del loco a quien el poeta ve en el pasado, pero siente cerca:
El esquizoide se estrelló
contra su cuerpo.
Sin embargo
los dos se buscaron
en lo más alto
de sus tempestades
El loco repta por las mismas calles del indigente, con quien también se identifica el poeta:
Camina hasta emborracharse
hasta olvidar
que el futuro existe.
No sabe que lo observo
Ni que es mi espejo.
Serna nos enseña el centro de la ciudad, le canta a su ambiente impreciso, a su soledad. Un centro en el que
no hay palomas en la Plaza
Ni agua. Ni nadie que me observe.
Nombra sus personajes, nos dibuja su rostro en los otros para al final confesarnos con desencanto:
Ahora entiendo mejor
que no soy el centro de la noche.
En la misma plaza del centro
una señora canosa grita al vacío
Esa señora, teme el poeta, es él mismo, transfigurado:
En los movimientos de su boca
alcanzo a leer el resto de mis años:
morir en el silencio del poema.
En el rostro de la anciana descubre el poeta que el gesto encierra una espera. La infructuosa espera del amor que se fue. La desesperanza surge cuando uno se ha cansado de esperar.
Con este sabor amargo en la boca nos adentramos en la segunda parte del libro en la que el poeta nos va a confesar el motivo de su angustia, al tiempo que nos revela su objeto amoroso: “Astrid”, es el nombre de la mujer que lo ha dejado y de este fragmento.
Comienza nuevamente el poeta con un epígrafe. Esta vez el turno es para León De Greiff: “¡Amor, deliciosa mentira / áspero amor, retorna, ven!”. Con ello Serna nos anuncia el tono del poemario, manifiesta una contradicción esencial, evidencia la lucha interna: está desencantado de amor, pero se sienta a esperar el regreso de la amada.
El “Poema un poco clásico” da inicio al movimiento. Este díptico nos ubica en la intimidad de la alcoba. La vida en pareja. Los diversos descubrimientos. El poeta, se pregunta ante la mudez de su musa:
¿Por qué no lloras,
no ríes, no cantas?
¿Es un invento que somos
la misma melodía?
A pesar de lo extraño de las preguntas iniciales, la atmósfera del poema es de cercanía. Sin embargo, un verso presagia el naufragio:
Y siempre inútil esta batalla
sin rival determinado.
En la segunda parte del poema, el acento se pone en el anuncio de la pérdida, los amantes parecen condenados al olvido:
Resignados aceptamos
que nunca hemos vencido.
Nuestro tacto es ciego.
La noche lenta calla.
Si el primer movimiento, “Bogotá”, es la escenografía, el contexto en el que ocurre la poesía, el segundo movimiento, “Astrid”, es la lucha misma, el inhóspito y peligroso territorio en el que el poeta se pelea a muerte con las palabras para lograr el poema. A menudo resultan versos inolvidables, contundentes, definitivos, incontrovertibles, como en “Se fue la adolescencia”, que contiene una declaración de principios:
Abro los ojos
frente a tu risa y a tu sueño.
Entro tenso en la vigilia.
Me asusta el plan de los adultos:
sobrevivir con la cabeza abajo.
Cuando despiertes
dame la mano para no caernos,
recuérdame que las hojas
son las bocas del viento,
que reírse hasta de sí
es una buena manera
de esperar a la muerte.
El poeta sabe que la risa no le bastará para enfrentar a la muerte. Que debe armarse de algo más sólido que las palabras, porque se sabe inerme ante el olvido. Así nos lo dice en “Volver a verte”.
Sigo tu cuerpo
Por una calle que ya recorrimos.
Veo de nuevo tu pequeña espalda.
Las palabras se clavan en mi estómago.
Después de un rato la calle no existe,
Tu espalda no existe,
Lo que llamamos “lo nuestro” no existe.
El amor, otrora nave de sueños e inalcanzable nube, se ha hecho agua:
El azar colocó nuestros gestos
en una nube.
Era posible contemplarse
recónditos hechizos.
Al igual que todas las nubes,
la nuestra se hizo lluvia,
tiempo, trueno.
Caímos al abismo
De las cosas de la tierra.
Ahora sólo hay lugar para evocar el tiempo en que las palabras sobraban:
Ahora que soy un marginal oficinista
te recuerdo sacando fuego de mis labios.
recuerdo la constante sorpresa de tus ojos.
Eras el único ser que me enseñaba
el idioma de las cosas mudas.
En “Carta camino a Barcelona”, tras la pérdida del objeto amoroso, el poeta se resigna a la derrota:
Contemplo la luna de siempre.
Pero estoy demasiado donde estés.
…
Se marchan las voces de la radio.
La luna también se aleja.
Va camino a Barcelona.
Cierro los párpados,
palpo tus veinte cartas,
recupero la vida ancha,
me hago amigo de la muerte.
En “Las ventanas de mi cárcel”, primero escrito en Barcelona, aparece la negación de la realidad – dolorosa – por la posibilidad de reinventarse en otros a través de la literatura:
Me satisface caminar
por calles íntimas;
ser los personajes de este libro:
recordar la primera
y la última vez que te vi;
estar frente a un espejo roto
y dialogar con el amigo
que llevo dentro.
Luego del desdoblamiento, el objeto amoroso se enclava en el mundo y reaparece en “Declive”:
Aunque se fue tu cuerpo,
te encontraré en un pájaro anciano,
en un poco de tierra
levantada por el viento,
en un gato terco y desprevenido
como la infancia.
Cuando el poeta acepta la pérdida de la amada, inventa su propio paraíso en ruinas, de la mano de Juan José Arreola, en tono abiertamente franco:
Cuando cerré el libro comprendí que el poeta
escribe en corto sus batallas para quedar limpio,
que nuestro paraíso en ruinas es un invento mío.
“Mientras vuelve” es el título del tercer movimiento en el que advertimos que el poeta, como todo artista verdadero, se ha valido de su dolor para crear un mundo. Así es como da inicio al último fragmento del libro con un epígrafe del poeta Jorge Luis Borges: “Sólo me queda el goce de estar triste, / esa vana costumbre que me inclina / al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”.
Un tono críptico abre el poemario, Serna invoca lo hipnótico para expresar el mundo más allá del dolor. En “Sueño I” nuevamente aparecen la vejez y su consabida soledad:
Mientras la nave se hunde,
otro dado sentencia:
“El mar es el que elige,
no el hombre”
Sin embargo, en medio del naufragio aparece la salvación del poeta, tal como lo manifiesta en “Sueño II”:
Un niño quiere agarrar
lo que hay más allá de la ventana.
Sus padres dicen inseguros:
“Lo de afuera es intocable.
¿Por qué no oyes el granizo?”
Aparecen unas máquinas.
Demuestran que Todo está cercado
y que es imposible abrir ventanas.
El niño salta, corre,
siente que él es el granizo.
El ruido me levanta
y el mundo sigue siendo ajeno.
Menos mal el sudor de la infancia
me persigue.
Superado el dolor, al menos poéticamente, Serna se adentra ahora en el territorio del mito: su infancia en Cúcuta, a la que encuentra distante, pero al acecho, como lo plantea en “Regreso a Cúcuta”:
Jairo Serna Rosales es conocido como productor de cine. Lo que no sospechábamos era que guardara - de manera silenciosa - a un poeta de tan honda inspiración, de esos que uno agradece descubrir por su mundo personal, su visión, por sus revelaciones.
Quizá Serna no nos había dejado disfrutar de sus versos, por eso que dice su amigo Enrique Serrano: “el poeta es de naturaleza vergonzante”; queriéndonos decir con esto que el poeta siempre anda oculto entre todos, temiendo que alguien se de cuenta de su desnudez existencial, de su despojamiento, de su profunda manera de sentir el mundo.
Debo decir acá que agradezco el descubrimiento al prodigioso azar. Una tarde de martes en la que caminaba cabizbajo y melancólico por el histórico sector de La Candelaria en Bogotá me lo topé, raudo y feliz, yendo hacia una cita. Me pidió que lo acompañara: iba a mostrarle su libro a otro poeta, ahora camuflado de decano de universidad. Acepté la invitación, pidiéndole que me dejara leer su ópera prima literaria. Me comentó entonces que el libro había sido escrito entre los 19 y los 27 años, producto de una ruptura amorosa que cambió el rumbo de su destino, por ello el título: “Se fue”.
Camino a la cita me contó que el libro lo había enviado – cuando vivía en Barcelona - a la agente literaria Carmen Balcells, quien le respondió que había pasado los tres filtros que su agencia establece para el proceso de examen y selección de autores nuevos, dictaminando lo siguiente: “La impresión que se desprende de dicho examen es que se trata de un poemario con indicios de cierta calidad. De todos modos, dado que la poesía es un género de difícil publicación, preferimos declinar su amable ofrecimiento. No obstante, tendríamos mucho interés en que nos permitiera considerar alguna obra de narrativa, a ser posible inédita”.
Recibir esta carta del 15 de abril de 1996 coincidió con dos decisiones en la vida de Jairo. La primera, el desvío en su carrera de escritor (a partir de entonces Serna Rosales escondió al poeta) y su viaje de regreso a Colombia. A partir de entonces se dedicó al cine, arte que le ha ofrecido satisfacciones e incertidumbres como todo buen arte le ofrece a su artista.
Pero es del Jairo poeta que quiero hablarles ahora. De este poemario titulado “Se fue” que tuve el privilegio de leer por vez primera en compañía de su autor por las coloniales callejuelas de La Candelaria, esa tarde de martes 12 de septiembre y que he vuelto a releer varias veces a partir de entonces.
El Libro
“Se fue” es una obra en tres movimientos: “Bogotá”, “Astrid” y “Mientras vuelve”. El primero de ellos, cuyo nombre es el de la ciudad en la cual el autor vive desde los 11 años, comienza con un epígrafe de Álvaro de Campos (heterónimo de Fernando Pessoa): “Otra vez vuelvo a verte – Lisboa y Tajo y todo -, transeúnte inútil de ti y de mi, extranjero aquí como en todas partes”. De inmediato el poeta se sitúa – y nos sitúa - en una condición de no pertenencia, nos enfrenta a la atmósfera de ningún lugar, al vacío. Su primer poema justamente aborda esta condición, una especie de ars poetica:
Mi oficio es mirar al vacío
rendirme ante personas
que parecen claras,
que no se embriagan
con el sueño, que habitan
en el pequeño y callado
jardín de lo seguro.
La voz poética está claramente identificada, es una voz insegura, plagada de preguntas, sin pretensión de encontrar respuestas, pues prefiere lo incierto a lo seguro.
En casa olían igual
las rosas y el agua
la carne y la alcoba.
Ahora no puedo retornar.
El poeta se ha lanzado a la calle, “a buscar el olor de las esquinas”. Parece decirnos que todo viaje comienza al salir de casa. Y es un acto constante, repetitivo, una invitación a dejar el infierno de lo conocido por el paraíso que se nos abre ante lo desconocido. En ello radica la búsqueda del poeta, pero también su pérdida.
Mi oficio es mirar al vacío
dejar que el iris de mi alma
se derrame.
De allí en adelante Jairo nos enseñará su Bogotá personal. Una ciudad signada por las múltiples pérdidas: la de la infancia (“la nueva casa se robará / las ventanas de mi cuarto / nada podré hacer para evitarlo”), la de la inocencia (“no hay ilusiones esta tarde / como la de jugar fútbol / contra el colegio de enfrente”), la de la tranquilidad (“¿qué queda y qué desaparece / cuando algo nace?”), una ciudad que es como una nueva casa construida por seres desconocidos:
Pronto veremos
otra gran obra
donde no vivirán
sus constructores
- estos hombres
de piel áspera, sin habla.
Los que esquivamos
cuando son transeúntes.
los que esta noche
se meterán una cerveza
hasta el alma -.
Ciudad que, a pesar de todo, es también mapa para el encuentro amoroso, con “Flavia”:
Aunque no conozcas
las cosas de mi mundo,
elogio nuestro encuentro.
Al fin y al cabo somos
habitantes del infierno.
La Bogotá de Serna es una ciudad de infinitos rostros, “al igual que esta época”. El poeta se siente un aventurero en la urbe, como lo enuncia en “Amigo Fausto”:
Sabes distinguir
lo permanente y lo fugaz.
Manejas un ajedrez de avispas
y se te nota algo de ternura.
Aunque te odien y te envidien
tus travesuras me hacen sentir
el poder de los extremos.
Para el autor, Bogotá es la ciudad de los poetas. Poetas que huyen como “Juan Arturo” quien
Aplazó la fama
para después de la muerte
…
Después de ahogar las palabras
se fue para la selva
Poetas marginales como Raúl Gómez Jattin, con quien el autor conversa:
habitas una orilla indescifrable
rompes el viento
rompes edificios.
Los conviertes en nubes
y esperas. Esperas que otro lea
el alma de la lluvia
Poetas jóvenes que se desploman mientras
la elegante muchedumbre
comenta el libro de un pájaro
que incendia rosas
Habla de su último suspiro.
Ciudad de poetas inéditos como Fernando quien se emociona
cuando inmortaliza
con su voz de trueno
palabras de alguien
que ya no existe.
Fernando, quien nos recuerda a su homónimo Pessoa cuando Jairo nos dice que no sufre
porque su obra
no le importe a nadie.
Aparece entonces el “Loco Agudelo” quien
Siempre tiene tiempo.
Para él la vida
sigue siendo un juego
…
no se asombra
por no haberle trabajado a nadie
repara su viejo taxi
pasea por la historia
acaricia el cielo.
La ciudad capital que le da oportunidades a todo el que llega, es la misma ciudad del joven sicario, quien sale de su casa en los tugurios:
a descubrir quién es su padre
a envidiar oficios que la suerte
no colocó en su camino
Con este verso triple Serna nos pone ante al problema de la violencia juvenil: el sicario siempre está al acecho de la esperanza, porque
sabe que nadie camina dos veces
por la misma calle
El joven asesino recorre la misma urbe del loco a quien el poeta ve en el pasado, pero siente cerca:
El esquizoide se estrelló
contra su cuerpo.
Sin embargo
los dos se buscaron
en lo más alto
de sus tempestades
El loco repta por las mismas calles del indigente, con quien también se identifica el poeta:
Camina hasta emborracharse
hasta olvidar
que el futuro existe.
No sabe que lo observo
Ni que es mi espejo.
Serna nos enseña el centro de la ciudad, le canta a su ambiente impreciso, a su soledad. Un centro en el que
no hay palomas en la Plaza
Ni agua. Ni nadie que me observe.
Nombra sus personajes, nos dibuja su rostro en los otros para al final confesarnos con desencanto:
Ahora entiendo mejor
que no soy el centro de la noche.
En la misma plaza del centro
una señora canosa grita al vacío
Esa señora, teme el poeta, es él mismo, transfigurado:
En los movimientos de su boca
alcanzo a leer el resto de mis años:
morir en el silencio del poema.
En el rostro de la anciana descubre el poeta que el gesto encierra una espera. La infructuosa espera del amor que se fue. La desesperanza surge cuando uno se ha cansado de esperar.
Con este sabor amargo en la boca nos adentramos en la segunda parte del libro en la que el poeta nos va a confesar el motivo de su angustia, al tiempo que nos revela su objeto amoroso: “Astrid”, es el nombre de la mujer que lo ha dejado y de este fragmento.
Comienza nuevamente el poeta con un epígrafe. Esta vez el turno es para León De Greiff: “¡Amor, deliciosa mentira / áspero amor, retorna, ven!”. Con ello Serna nos anuncia el tono del poemario, manifiesta una contradicción esencial, evidencia la lucha interna: está desencantado de amor, pero se sienta a esperar el regreso de la amada.
El “Poema un poco clásico” da inicio al movimiento. Este díptico nos ubica en la intimidad de la alcoba. La vida en pareja. Los diversos descubrimientos. El poeta, se pregunta ante la mudez de su musa:
¿Por qué no lloras,
no ríes, no cantas?
¿Es un invento que somos
la misma melodía?
A pesar de lo extraño de las preguntas iniciales, la atmósfera del poema es de cercanía. Sin embargo, un verso presagia el naufragio:
Y siempre inútil esta batalla
sin rival determinado.
En la segunda parte del poema, el acento se pone en el anuncio de la pérdida, los amantes parecen condenados al olvido:
Resignados aceptamos
que nunca hemos vencido.
Nuestro tacto es ciego.
La noche lenta calla.
Si el primer movimiento, “Bogotá”, es la escenografía, el contexto en el que ocurre la poesía, el segundo movimiento, “Astrid”, es la lucha misma, el inhóspito y peligroso territorio en el que el poeta se pelea a muerte con las palabras para lograr el poema. A menudo resultan versos inolvidables, contundentes, definitivos, incontrovertibles, como en “Se fue la adolescencia”, que contiene una declaración de principios:
Abro los ojos
frente a tu risa y a tu sueño.
Entro tenso en la vigilia.
Me asusta el plan de los adultos:
sobrevivir con la cabeza abajo.
Cuando despiertes
dame la mano para no caernos,
recuérdame que las hojas
son las bocas del viento,
que reírse hasta de sí
es una buena manera
de esperar a la muerte.
El poeta sabe que la risa no le bastará para enfrentar a la muerte. Que debe armarse de algo más sólido que las palabras, porque se sabe inerme ante el olvido. Así nos lo dice en “Volver a verte”.
Sigo tu cuerpo
Por una calle que ya recorrimos.
Veo de nuevo tu pequeña espalda.
Las palabras se clavan en mi estómago.
Después de un rato la calle no existe,
Tu espalda no existe,
Lo que llamamos “lo nuestro” no existe.
El amor, otrora nave de sueños e inalcanzable nube, se ha hecho agua:
El azar colocó nuestros gestos
en una nube.
Era posible contemplarse
recónditos hechizos.
Al igual que todas las nubes,
la nuestra se hizo lluvia,
tiempo, trueno.
Caímos al abismo
De las cosas de la tierra.
Ahora sólo hay lugar para evocar el tiempo en que las palabras sobraban:
Ahora que soy un marginal oficinista
te recuerdo sacando fuego de mis labios.
recuerdo la constante sorpresa de tus ojos.
Eras el único ser que me enseñaba
el idioma de las cosas mudas.
En “Carta camino a Barcelona”, tras la pérdida del objeto amoroso, el poeta se resigna a la derrota:
Contemplo la luna de siempre.
Pero estoy demasiado donde estés.
…
Se marchan las voces de la radio.
La luna también se aleja.
Va camino a Barcelona.
Cierro los párpados,
palpo tus veinte cartas,
recupero la vida ancha,
me hago amigo de la muerte.
En “Las ventanas de mi cárcel”, primero escrito en Barcelona, aparece la negación de la realidad – dolorosa – por la posibilidad de reinventarse en otros a través de la literatura:
Me satisface caminar
por calles íntimas;
ser los personajes de este libro:
recordar la primera
y la última vez que te vi;
estar frente a un espejo roto
y dialogar con el amigo
que llevo dentro.
Luego del desdoblamiento, el objeto amoroso se enclava en el mundo y reaparece en “Declive”:
Aunque se fue tu cuerpo,
te encontraré en un pájaro anciano,
en un poco de tierra
levantada por el viento,
en un gato terco y desprevenido
como la infancia.
Cuando el poeta acepta la pérdida de la amada, inventa su propio paraíso en ruinas, de la mano de Juan José Arreola, en tono abiertamente franco:
Cuando cerré el libro comprendí que el poeta
escribe en corto sus batallas para quedar limpio,
que nuestro paraíso en ruinas es un invento mío.
“Mientras vuelve” es el título del tercer movimiento en el que advertimos que el poeta, como todo artista verdadero, se ha valido de su dolor para crear un mundo. Así es como da inicio al último fragmento del libro con un epígrafe del poeta Jorge Luis Borges: “Sólo me queda el goce de estar triste, / esa vana costumbre que me inclina / al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”.
Un tono críptico abre el poemario, Serna invoca lo hipnótico para expresar el mundo más allá del dolor. En “Sueño I” nuevamente aparecen la vejez y su consabida soledad:
Mientras la nave se hunde,
otro dado sentencia:
“El mar es el que elige,
no el hombre”
Sin embargo, en medio del naufragio aparece la salvación del poeta, tal como lo manifiesta en “Sueño II”:
Un niño quiere agarrar
lo que hay más allá de la ventana.
Sus padres dicen inseguros:
“Lo de afuera es intocable.
¿Por qué no oyes el granizo?”
Aparecen unas máquinas.
Demuestran que Todo está cercado
y que es imposible abrir ventanas.
El niño salta, corre,
siente que él es el granizo.
El ruido me levanta
y el mundo sigue siendo ajeno.
Menos mal el sudor de la infancia
me persigue.
Superado el dolor, al menos poéticamente, Serna se adentra ahora en el territorio del mito: su infancia en Cúcuta, a la que encuentra distante, pero al acecho, como lo plantea en “Regreso a Cúcuta”:
Perdí el hábito de escuchar
los árboles y el viento
a la hora de la siesta
de elevar cometa en Cristorrey
- el balcón de Cúcuta –
de ver gente y carros
desde el balcón de mi casa,
de robar mangos
en las casas del barrio.
Ya no evoco a mi padre tierno,
bravo, serio y sudoroso.
A mi madre consentidora,
cantante y llorona.
Ya no hablo los domingos
con los ojos idos y azules
de la Nona Carmen.
No leo a Cote, Gaitán Durán,
Méndez y Bonells.
Ni sueño despierto junto a ti.
A pesar de estas ruinas
regreso al olor de Cúcuta
cuando me saludas
como si no conocieras mi pasado.
Ha vuelto el poeta a su origen, gracias a la exploración que surgió una vez estuvo solo. Esa aventura enorme que es conocerse a sí mismo. Sin embargo, Serna sabe que ha llegado “Otro fin”. Y descubre un rayo de luz al final de la oscuridad.
Ha llegado otro fin,
pero el Universo
sigue dando tumbos.
Sentirlo
es mi única pertenencia.
Al final del camino, a lo Borges, Serna descubre que todo le ha servido al poeta para tramar su Literatura, ha dado el giro al Cine. La Palabra se ha hecho Imagen:
Pronto salió de casa.
En la puerta
prometió recordar
el fantasma de su cuarto.
En la primera esquina
tropezó con mentes afiladas.
En un funicular
supo que lo más común
es el declive.
Ahora es pasajero de un avión.
La novia pecosa de la infancia,
las calles y la casa
son una escena que se funde.
Cierra los párpados.
Sus brazos lo señalan:
siempre
en el mismo punto.
POEMAS DE LOS ULTIMOS AÑOS.........
SÁBADO
Es el día que más me gusta.
Desde la Infancia y la Adolescencia.
El Cariño de mi Mamá,
los Árboles de Cúcuta,
la tranquilidad,
las Ayacas
y sobre todo,
el Fútbol.
El Sábado es el día que más me gusta.
Jugar en la Nacional
o en La Finca de Millonarios.
Viéndome mi Novia.
Ir a Cine. Caminar sólo
o con un Amigo.
Conversar y conversar con Marta o con Rubén.
Besar a mi Novia.
Ahora el Sábado es un Guayabo.
Solo. Callado. Como esperando algo.
Mi Mamá vive Neutra.
No hay Juegos.
No hay Amor.
Hay Calles llenas de Indigentes.
Ahora el Sábado se parece al Suicidio.
Como el Suicidio de un Joven Vecino de mi Mamá,
que vivía sólo con su Madre.
Ahora vuelvo a observar el Cielo
como cuando te pedí que me aceptaras como Novio.
Pero este Sábado tiene es un Cielo Gris,
que no responde Nada,
que es una Caricatura de la Felicidad.
Pero no me quejo,
hoy es Sábado al Atardecer.
CUARENTA
Siempre me dijeron:
" Aprovecha tu Juventud ".
Eso hice.
Pero ahora me encuentro arrinconado
en la Esquina de la Juventud.
Me encuentro arrinconado
en el Silencio Real.
Pero, ¿ Cuál es la diferencia
entre el Silencio Real
y el Silencio de mi Espíritu
de mi Adolescencia ?.
Los Dos Silencios
terminan donde terminaban
mis Recorridos Solitarios de la Infancia:
En el Río Pamplonita,
en los Árboles de Cúcuta,
en el Atardecer ...
Yo sabía que esto pasaría
si no ganaba mi Apuesta,
si no me agarraba
de " lo que había que agarrarse ":
Del Amor y sus Traiciones,
de las Falsas Amistades,
de lo que me dijeron era el Mundo.
Yo leí mi Vida.
Desde la Infancia leí mi Vida,
desde cuando tenía Insomnio
y despertaba a mi Papá en la Madrugada
y le decía que no podía Dormir
y él me decía con Ternura que él tampoco.
A pesar de esta Impotencia Irreversible,
esta Vida ha tenido algo de Felicidad...
TÚ Y LAS PIEDRAS
La Vida y el Tiempo son Piedras
que Golpean y Huyen Siempre;
Que No Escuchan Moral Alguna,
Razón Alguna, Corazón Alguno.
Las Piedras no preguntan ni responden.
No miran. Cuando se rompen
siguen siendo Piedras.
No tienen Sur. No tienen Norte.
Hacen parte del Alma del Mundo.
Escucho ahora las Piedras de mi Infancia.
El Viento Tibio del Alba las levanta
y las empuja al Norte.
El Intenso Calor del Medio Día al Sur
de la Avenida Cero.
Muchas se hunden en el Río Pamplonita.
A muchas las tiramos hacia miles de Alamedas.
Me golpean en la Frente
y nada aprendo.
Mi Eterna Noche las olvida.
Tú y las Piedras de Cúcuta son Blancas
en los Vidrios, en Espejos y en el Río;
Grises en el Alba; Negras en la Calle
cuando la " Loca " María derriba un Pájaro;
Verdes, Azules y Amarillas
cuando caen de un Árbol y del Cielo;
Rojas a la Hora de la Siesta.
Las Piedras sirven para
hacerle Goles a los Transeúntes,
para alcanzar un Mango
- lo que más deseo de los Árboles Vecinos -.
Tú, las Piedras y los Mangos
sólo Saben a sí mismos.
La Vida es la Mente de mi Cuerpo
llamando Piedra a la Piedra,
Vida a mi Cuerpo y a la Imaginación,
Palabra a lo que se lleva el Viento,
Sueño a lo que controlo menos,
Razón a los Sueños cuando estoy Despierto,
Alma a lo que ni yo mismo sé dónde está,
Dios a Dios,
Tiempo a lo Extraño,
Muerte a lo que No Conozco...
INÉS
Alguien puede abarcar la vida
a primera vista.
A tus veinticuatro años
de embellecer el alma de este mundo
y a mis treinta y uno
de sentir nostalgia por este mundo,
tus ojos tímidamente pícaros
y tu gran cuerpo de madre adolescente
me conmovieron a primera vista
en aquella piscina del Hotel Bolívar
de nuestra Cúcuta de fin de siglo veinte.
Abarcaste mi vida.
Hablamos y hablamos hasta el alba.
Dormimos juntos. Sólo nos besamos.
Te fuiste. Usé la tarjeta que me diste.
En Mérida nadie contestó.
Atravesaste el océano
hacia la España de tu padre.
Luchaste. No amaste.
Morí en intentos de amor.
Hace catorce años yo te estaba esperando.
Ahora, en la esquina de la juventud,
hablamos y hablamos. Nos escuchamos.
Resucitas mi corazón
con tu voz comprensiva.
Te imagino naciendo y de bebé en tu casa
en nuestro barrio Blanco
mientras yo jugaba fútbol en la calle,
esperaba el bus del colegio, robaba mangos,
contemplaba los árboles y el río
a la hora de las siesta.
Inés, siento que nuestras almas son hermanas,
que somos cómplices,
que eres la mujer de mi vida.
Inés, te invito a compartir
la pretenciosa sensación
de amar y ser amado.
Por Jairo Serna Rosales